La loma
llora a sus vástagos,
Caídos por
racimos y balas,
Y pide
amparo al lago,
Que transporta
sus cuerpos y almas.
Las
armas se quedan en tierra,
Enterradas
entre pastos y ramas,
La flama
se encarga de ellas,
Calcinándolas
por la solana.
Los
hijos de la loma,
Flotan inertes
en las aguas,
Nadie
ya llora,
Ya no
tienen lágrimas.
Después
de luchar por su tierra,
Después
de pelear por su pan,
Los caídos
por la guerra,
Amargamente,
descansan en paz.